ARRIEROS SOMOS
Ocurrió en las inmediaciones de la fábrica de la Vega, fue en febrero de 1867. Avanzaba un arriero con su reata de mulas cargadas con sacos de avellanas que iba a vender a Gijón. De pronto, comenzaron a salir en tropel por el sangrado a navaja que un travieso pilluelo había realizado en el fondo de uno de los sacos. El trajinero, que iba delante de las caballerías llevándolas por la rienda, se vio desbordado; el rotundo ruido que hacían al caer en el suelo las avellanas por un lado y las risotadas que el descarado mozalbete entonaba mientras rucaba las cáscaras para extraer el fruto le hicieron dudar. Ahogando su ira hizo lo que el sentido común le indicaba, acudió a tapar la boca al herido dándole unas cuantas puntadas y recogió el género esparcido. Intentó correr tras el bellaco para darle su merecido, aunque ni rastro quedaba de él. Cierto que fue motivo de risa, si bien alguno se paró a pensar que el pobre mulero traería una jornada de más de 10 leguas, sin una buena rebanada de jamón de Cangas que llevarse al estómago, ni media de vino de tras el monte que echar al coleto.
Imagen: El Tesororodeoviedo.es