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El Nacimiento del retablo de nuestra «Sancta Ovetensis»
Nace este escrito al contemplar la, quizás, más antigua representación en Oviedo del Misterio del Nacimiento de Jesús.
Todo comenzó al pasar por la Catedral e interesarme por la que D. Jose Cuesta cita en su guía de la catedral de Oviedo como “piadosa tradición consistente en colocar delante de la escena del Nacimiento, dos velas con un pequeño paño frontal de terciopelo rojo desde las vísperas de la Navidad hasta la Epifanía…”. Parece ser que tal tradición fue interrumpida hace tiempo. Es una pena, porque no pocas veces tradiciones y leyendas son el fijador de la historia.
Pocos ovetenses y no ovetenses desconocen esa grandiosa obra de arte que es el Retablo Mayor de la Catedral de Oviedo. Pero no solo es arte y belleza. El retablo tiene una vida interior profunda. En lo espiritual por cuanto es portador en gran parte de los fundamentos del Cristianismo. En lo cultural, porque es pilar fundamental en la conformación de la Cultura del mundo occidental.
Sentarse a admirarlo en su totalidad ya es un disfrute, pero cuando se entra en el misterio de cada una de las escenas, o en la nómina de los personajes en él representados, es como si una fina lluvia de Fe y Cultura invadiera el ser de quien humildemente se acerca con el doble deseo de saber y contemplar.
Una observación para quienes somos legos en los misterios de la obra. Debemos solicitar la asistencia escrita de alguno de los profesionales que tanto han investigado sobre la materia para que nos lleven de la mano en tan provechoso “paseo”. Escenas, pulseras, predela, guardapolvo… en todos ellos se encierran capítulos de nuestra Fe y Cultura. En este sentido he de agradecer a los profesores Frontón Simón, Pérez Carrasco y Puras Higueras que nos hayan legado ese maravilloso libro sobre el retablo, compañero inseparable de visita.
A los efectos meramente de referencia, el retablo lo ejecutan entre los años 1512-1531 Giralte de Bruselas y Juan de Valmaseda de manera principal. Entrando en el verdadero objeto de este escrito, vamos a contemplar la escena del Nacimiento de Jesús.(Quizás repito, la más antigua representación en Oviedo).
Y lo primero que puede llamarnos la atención es que tan grande acontecimiento, en los Evangelios canónicos tan solo es tratado por Lucas( 2, 1-20 ) y no de una manera detallada.
Ello dio lugar a que posteriores evangelios apócrifos, como el del Pseudo Mateo XII-XIV, o el Protoevangelio de Santiago XIX-XX, o el Evangelio Arabe de la Infancia III-IV, rellenasen los múltiples interrogantes que surgen al respecto y que deben leerse con sumo cuidado, pues en no pocas ocasiones el relato se reviste de un cierto folclorismo alejado de la realidad de los hechos. Baste decir que en uno de ellos se le atribuye al Niño su primer milagro. Pero vayamos a la descripción de la escena. La precariedad del portal viene dada por un muro a punto de derrumbarse pues la clave del arco se ve que esta para soportar pocos esfuerzos.
Y como el muro, el colgadizo que situado a la derecha le falta poco para ir al suelo cuando vamos a contemplar las figuras que lo componen, uno se da cuenta que en la escena están representadas cuatro de las cinco adoraciones de las que fue objeto Jesús al nacer: María y José, los Angeles, los Pastores y los Animales.
Comencemos observando la figura central de la escena que lo es a su vez del Misterio: El Niño, a quien el artista lo hace reposar, no en un pesebre al uso, sino en altar del sacrificio y anuncio del que 33 años más tarde sufrirá en la Cruz. Las pajas en las que Jesús descansa las dispone en aureola brillante pues desde su nacimiento es la luz del mundo que ilumina al hombre en el camino de salvación. La primera adoración que recibe el Niño es la de la Virgen y San José. En la escena María expresa un profundo recogimiento y oración. Pero dejemos que sea Santa Brígida de Suecia quien, por revelación directa de la Virgen, detalla el acto de la adoración del Salvador, el Niño Dios: “de rodillas e inclinando la cabeza con las manos juntas adoro al Niño diciéndole Bene veneris, deus meus, dominus meus et Filius meus”. Digno es también de contemplar la gloriosa humildad que desprende la imagen y que acompañará a María en toda su vida en la tierra.
Al lado izquierdo del altar-pesebre se encuentra José arrodillado, con la palma de las manos extendidas en señal de respeto y admiración. Es digno de observar el rostro que el artista logra en José donde se mezclan la emoción, el ensimismamiento, la sonrisa de complacencia… que como padre siente ante el Divino primogenito.
Siguiendo el Evangelio de San Lucas (2. 13,14) otra adoración fue la de los Angeles: “Al instante se juntó con el ángel (el anunciador a los pastores) una multitud de ejército celestial, que alababa a Dios diciendo:
“Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”
En la representación vemos a dos Angeles por encima del arco del portal. El movimiento de los cuerpos y las alas fácilmente hace intuir que descienden del cielo para venerar, con las manos unidas, al Niño nacido.
Prestos al anuncio del Ángel, corrieron los pastores hacia el portal. Siguiendo la narración de San Lucas (2. 15,16) : “así que los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los pastores unos a otros: Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha anunciado. Fueron con presteza y encontraron a María a José y al Niño acostado en un pesebre”
En la escena son tres los pastores que llegan al portal. Situados detrás de José, el primero representa la veneración, el respeto, la adoración. Un segundo expresa la alegría y el regocijo del momento a través de las notas que salen de su instrumento de viento. El último, bebiendo agua de una calabaza hueca es de más difícil interpretación, a menos que signifique reponerse del esfuerzo que supuso hacer el “camino con presteza”. Por último la adoración de los animales.
Es cierto que en los evangelios canónicos no se hace mención alguna de ellos, sin embargo en libro del profeta Isaías (1,3) hace referencia cuando escribe: “ el buey conoció a su amo y el asno el pesebre de su señor”. De igual forma el también profeta Habacuc (3,2, versión griega) manifiesta “te darás a conocer en medio de dos animales”. Mucho más reciente y también interesante es la frase del Papa Benedicto XVI, en su libro “La infancia de Jesús” que literalmente dice “ninguna representación del Nacimiento renunciará al buey y al asno».
En la escena de nuestro retablo, el artista sigue la argumentación citada del sacrificio final. En este caso los dos animales representan la compañía que Jesús tuvo en el momento culminante en la Cruz; los dos ladrones.
El buey se muestra sumiso, en una pose de veneración, de adoración. La actitud del asno, por contra, es de no interesarle para nada el momento. Con esa especie de rebuzno que parece emitir lo dice todo. Una obra de arte, en fin, que deja extasiado a quien la admira con detenimiento. Pero mucho más grandiosa es cuando el observador se deja embargar por los trascendentales valores morales, humanos y de vida que emanan de su profunda contemplación.
A uno no le queda más, estimado lector, que pedirle perdón por no haber sabido o podido transmitirles ni una milésima parte de lo que el Nacimiento del retablo de nuestra «Sancta Ovetensis» significa en Fe y Arte.
La Sociedad Protectora de la Balesquida, me hace el honor de ser yo quien les felicite, en su nombre, la Navidad. Por ello, nada mejor que pedirle a los Ángeles me presten su canto celestial para la ocasión y
decirles:
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a todos los hombres de buena voluntad.
Javier Gómez Tuñón, vicepresidente de la Sociedad Protectora de La Balesquida
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