César González-Pola Álvarez-Uría
Glosa a César González-Pola Álvarez-Uría
Manuel Gutiérrez Claverol (directivo de la S. P. de la Balesquida)
La Sociedad Protectora de La Balesquida ―a cuya Junta Directiva me honro en pertenecer― me encomienda hacer de glosador de la figura de un artista que dejó una impronta notable en el mundo de la pintura. Y a ello me dispongo, pues como dice el refrán: “Donde hay patrón, no manda marinero”.
No tuve el honor de conocer personalmente a Don César González-Pola, sí a su mujer Mari Paz de la que guardo un vago recuerdo de infancia, al haber sido amiga de mi madre. Con varios de sus hijos sí mantengo amistad, con alguno de modo entrañable.
He de confesar que mi profesión científica (pese a ser un amante y defensor de las Bellas Artes) me impide hacer una crítica cualificada de la obra pictórica de un autor de gran prestigio, cómo es César Pola, por lo cual ―para salir airoso de este trance― me vi obligado a recurrir a la consulta bibliográfica de entendidos en el tema.
Sin embargo, parafraseando al padre del empirismo filosófico Francis Bacon:
“Lo importante es ver pintura, leer poesía o escuchar música. No para entender o conocer, sino para sentir algo”.
En la línea del aserto, tuve el privilegio de visionar más de mil obras de Pola, recogidas en un PDF facilitado por su familia, y la verdad es que no sentí algo ―como apuntaba Bacon―, sino que sentí mucho y de manera muy profunda.
Además de consultar crónicas de expertos, fue de singular interés el libro “César G.-Pola. Paisajes de luz, árboles de sombra”, coordinado por el especialista en exposiciones de arte, Luis Feás Costilla, y publicado por la Fundación de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo en 1995; obra a la que me tuve que agarrar como si fuera un salvavidas. Asimismo, el mismo autor publicó el pasado jueves, en el suplemento de cultura de La Nueva España, un riguroso artículo titulado “La pintura desarraigada de César G.-Pola”.
No obstante, me resultaron de gran ayuda algunas reflexiones del propio pintor sobre su forma de pensar y las características de su obra, junto a las anécdotas que me transmitieron algunos miembros de su familia, que iré pormenorizando a lo largo de mi intervención.
Semblanza familiar
César González-Pola Álvarez-Uría, nació en la calle Magdalena de Oviedo el 17 de octubre de 1921 y falleció en su ciudad natal el 1 de julio de 1989. Es decir, el pasado domingo se cumplió el centenario de su nacimiento.
Fue el segundo hijo de los tres que tuvo el matrimonio formado por Modesto González-Pola y María Álvarez-Uría. Su acomodada familia ―su padre era farmacéutico― le inculcó aficiones a la música clásica y a la poesía, que arraigarían en el pequeño César e influyeron en su temprana vocación artística. Comenzó a pintar desde su más tierna infancia, mostrando gran facilidad y sutileza para el dibujo; su primer cuadro ―un gallo― lo vendió a los 5 años por cinco céntimos.
El trabajo de su progenitor les hizo vivir en Somió (Gijón) y Valladolid. Entre 1931 y 1936 habitaron en el palacio de Hevia (Siero) ―propiedad del abuelo materno―, mansión con una extensa finca poblada de vegetación, donde comenzó la afición de nuestro protagonista por todo lo relacionado con la naturaleza. Reconoció esa época, comprendida entre los nueve y catorce años, como “la más feliz de su existencia”.
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PALAVIO DE HEVIA, SIERO
Al comienzo de la Guerra Civil su familia se trasladó a Pasto (Colombia) ―ciudad conocida por el Carnaval de Negros y Blancos―, donde su padre gestionaría la delegación local de una red de farmacias y otros laboratorios.
Allí cursó estudios en el colegio de San Francisco Javier, destacando en la asignatura de dibujo, llegando a dar clase a los alumnos de cursos inferiores, caso peculiar, pues era al alimón profesor y alumno. Dada su destreza fue elegido para representar al departamento de Pasto en una exposición nacional, donde obtuvo su primera distinción como artista: una medalla de bronce y un diploma de 1.ª clase. De su paso por Colombia destaca la decoración realizada en la capilla de los jesuitas de Pasto.
Sobre su estancia en el país sudamericano declaraba: “nunca me alegraré lo suficiente, porque tener que disparar contra otro hombre debe ser horrible”.
Terminada la conflagración bélica española regresó a Oviedo y tras pasar un tiempo como profesor de dibujo en el colegio Fruela, comenzó a colaborar con el “Departamento de Regiones Devastadas”, organismo dedicado a la reconstrucción de zonas destruidas por la guerra. Por aquel entonces, el joven pintor empieza a intervenir en los concursos patrocinados por “Educación y Descanso”, obteniendo algunos primeros premios.
Me contó su hijo Willy que su sensibilidad y pasión por la pintura le llevó a soñar con ir a París para vivir las mismas emociones que sintieron y manifestaron todos los grandes artistas de la época del impresionismo. Allí se veía él, en Montmartre, compartiendo sus inquietudes con otros pintores que acudían a enaltecer su arte y experiencias en un mundo de bohemia y quizá ―esto es cosecha propia― frecuentar el cabaret Lapin Agile a semejanza de Picasso, entre otros asiduos afamados.
En 1943 se casa con Mari Paz Fuente, matrimonio que convivió durante 46 años, estableciendo la vivienda en la calle San Bernabé
Esta duradera relación se vio enriquecida con once hijos: César, Rosa María, María Dolores, Guillermo, Alejandro (†), Isabel, Arturo, Constanza (†), Joaquín, Graciela y Alberto.
Ello le obligó a trabajar con tesón para poder atender las cada vez más acuciantes necesidades familiares. En este sentido contaba jocosamente que con tanta descendencia se veía obligado a pintar ocasionalmente con un niño en el cuello “separándolo hacia atrás para que no echara mano a la paleta”.
Con una familia tan numerosa, sus ilusiones de ir a su París soñado parecen desvanecerse. Esta lucha entre lo que le gustaría hacer y lo que tenía que hacer lo sumieron, de manera frecuente, en períodos depresivos que se plasman en su obra. Su lucha interna era tal entre esas dos alternativas vitales que, según fuentes familiares, manifestó que en el epitafio de su tumba figurara: “Aquí yacen dos que no se podían ver”.
Entre 1944 y 1951 ejerció como delineante con el arquitecto Francisco González Villamil. Según recuerda, su caso “no es el de un delineante que se hace pintor, sino un pintor que tenía buenas condiciones para dibujar y que se hizo delineante”.
En 1951, animado por el arquitecto municipal Joaquín Suárez, optó y consiguió una plaza de delineante en la oficina técnica del Ayuntamiento ovetense, lo que supuso un respiro económico para sostener a su nutrida familia y, lo que es muy importante, tener acceso a un seguro médico. Además, después del trabajo en el Consistorio, disponía de las tardes para dedicarse a su afición favorita: pintar.
De la etapa de funcionario destacan dos obras: una el proyecto del palacio de deportes, construcción de enorme complejidad geotécnica y arquitectónica, y el escudo oficial de Oviedo ―motivo preferente de este evento―, cuyo uso normalizado sigue vigente en la actualidad; el color azul del escudo, hoy llamado “azul Oviedo”, fue elegido por el propio artista.
En 1972 se traslada a vivir con su familia a la calle Campoamor y posteriormente abriría un estudio en la cercana Doctor Casal.
Su proyecto más ambicioso lo puso en marcha al siguiente año: una “escuela de pintura” y comenzó a desarrollar la faceta artística con mayor vehemencia. Asisten a sus clases cerca de setenta alumnos, divididos en dos grupos de mañana y tarde, los viernes y sábados, a los que impartirá una sola enseñanza esencial “que dibujen bien y sepan elegir el color. La técnica a utilizar es ya lo de menos”.
Según explica Ana Llaneza ―una de sus aventajadas exalumnas― el estudio “era un lugar acogedor y cálido, lleno de luz, donde reinaba un agradable desorden entre lienzos, escayolas y multitud de objetos diversos que iba acumulando, desde recortes de periódicos o libros de arte a pequeñas piedras y ramas secas”. Añadía Llaneza que nunca faltaba la música, que era utilizada “como estímulo, como ayuda para concentrarse, como inspiración, sólo podría ser sustituida por los sonidos que la naturaleza ofrece en el campo”.
Una vez establecida la “escuela de pintura” solicitó la excedencia como funcionario municipal en el Ayuntamiento para dedicarse exclusivamente a la labor artística, sobre la que proclamaba: “La pintura es para mí una necesidad. Pinto porque haciéndolo disfruto”.
Falleció a los 67 años de edad, en la ciudad que le vio nacer, aquejado de un enfisema pulmonar, afección manifestada años antes, que le impedía respirar con normalidad.
Resulta afectuoso el escrito que le ofrendó su nieta la escritora Covadonga González-Pola, en 2014, cuando se cumplía el 25 aniversario de la muerte de su abuelo, con el título “Pintura escondida, pintada en los genes”, del que extraigo un párrafo evocador:
“¿Hasta qué punto corre por nuestras venas una parte de las personas que nos dejaron? Mi abuelo era un artista y todos sus hijos han mostrado habilidad en la pintura. Andamos por ahí unas cuantas nietas con pasión y profesión por las artes plásticas, musicales o literarias, algún que otro nieto músico y otro que se ha llevado la creatividad a las nuevas tecnologías del arte digital. ¿Hemos crecido aprendiendo esto, nos lo han enseñado al ver sus ríos, sus espantapájaros, aquella niña que lloraba, la sobrecogedora ciega o sus inolvidables árboles? ¿O es algo más profundo que eso, estaba allí cuando nacimos, antes incluso de ver la luz y empezar a llorar para aprender a respirar? Pienso en esto y me acuerdo otra vez de aquellos tubos que le ayudaban a tomar el aire”.
Su obra pictórica
Comenzar este apartado diciendo que César Pola se jactaba de no encasillarse en ningún tipo de tendencia artística. Le gustaba toda la que fuera auténtica, añadiendo que era preciso conocer el oficio, o sea, saber dibujar y pintar.
Rosa M.ª García Quirós, profesora de Arte de la Universidad de Oviedo, define así la obra de Pola: “Sería un paisajista y un retratista por su temática más frecuente, un impresionista por su procedimiento, un romántico en su espíritu y un simbolista en su intención”.
Una de sus sugestiones vitales era la tristeza que le producía la venta de sus cuadros. Lo expresaba así:
“Mis cuadros pueden estar en venta, pero yo no. Me desagrada vender, me duele terriblemente el deshacerme de mis obras, que muchas veces son hasta motivo de soñar con ellas.
Me agobié y me agobio mucho por desprenderme de algunos cuadros que quiero para mí. Lo llevo mejor desde que me decidí y nada más colgar una exposición le puse el redondel rojo de vendido a un cuadro que me gustaba mucho. Mi colección particular la quiero para mí y hay series que ya he dicho a mis hijos que, de venderlas cuando yo falte, no separen los cuadros”.
César Pola fue un pintor muy prolífico, se calculan en su haber más de 1.100 cuadros, lo que supone unos 2 al mes en su vida laboral. Una gran mayoría son óleos sobre tabla.
En total realizó 52 exposiciones ―28 individuales y 24 colectivas― sobre todo en Oviedo, Gijón, Avilés, La Felguera, Llanes y Luanco, y fuera de Asturias en Madrid, Bilbao, La Coruña, Valladolid y Santander.
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RECTOR JUAN MARÍA RODRÍGUEZ ARANGO
En 1944, con 23 años, realizó el retrato del que fue Rector de la Universidad de Oviedo en 1884, Juan María Rodríguez Arango, y dos años más tarde comenzó a hacer exposiciones, siendo la primera individual celebrada en la Sala “Casa Angelín”, ubicada en la calle González del Valle de Oviedo, donde presentó 20 obras que incluían 6 retratos ―entre los que se incluye su propio autorretrato― y 14 paisajes.
Esa misma anualidad expuso, en la “Sala Cristamol” de la ciudad, una muestra de paisajes y retratos de la serie que él denominó “Bocetos de sensaciones” donde, según Rosa M.ª Quirós, “personifica las inquietudes históricas del hombre. Son personajes angustiados, desamparados, sobre fondos inexplicables, pero a la vez con una puerta abierta a la esperanza”.
Da a conocer en esta serie algunos cuadros que son visiones dantescas de la naturaleza hecha drama y horror, de los que en opinión de la crítica “no se preocupa de las exigencias del público, sino que pinta para sí mismo. Son como estados sicológicos de almas atormentadas”.
En enero de 1951 saca su obra, por primera vez, fuera de Asturias, concretamente a Madrid: “Casa Vilches” y con posterioridad en la “Galería Galnova”.
Y en noviembre de 1970 exhibe 32 óleos en la galería de la Obra Social y Cultural de la Caja de Ahorros de Asturias, en Oviedo. Cuatro son retratos, el resto paisajes asturianos, con dominio dibujístico y cromático. Dos años después muestra en la misma galería 36 obras.
Una serie relevante fue la titulada “Nocturnos”, de 1971, según Luis Feás en homenaje a la música, su arte preferido junto con la pintura.
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NOCTURNO (1971)
Prosigue entonces una etapa de plácemes que alcanza su culmen en febrero de 1977 cuando presentó, en la sala de exposiciones de la entonces Caja de Ahorros de Asturias, una serie titulada “Árboles y Hojas”, constituida por 43 cuadros tomados del natural, con gran éxito de público y crítica.
Pola se adentra en el bosque y va mostrando los troncos secos, unos de pie otros tumbados, que recuerdan fantasmas en una atmósfera melancólica. Acompañan a los árboles, otros restos vegetales donde perpetúa la vida de las hojas caídas antes de convertirse definitivamente en materia orgánica.
Esta serie se expuso luego en Santander y Valladolid, y en 1979 también sería presentada en la Sala del Prado del Ateneo de Madrid con asistencia al acto inaugural de varias personalidades, entre las que se encontraban: Federico Sopeña (director de la Academia Española de Roma), el académico Carlos Bousoño, los pintores Paulino Vicente, Marola y Pedro Casariego.
El evento alcanzó un rotundo triunfo y con ello el artista carbayón consigue su definitiva consagración como pintor, sobrepasando ampliamente los límites geográficos provinciales.
Participó asimismo con dos obras en la exposición colectiva “Trayectorias 80”, organizada por el Ministerio de Asuntos Exteriores, que recorrió diversos países europeos.
La última tuvo lugar en la sala de la Caja de Ahorros de Asturias de La Felguera en 1982 con motivo de las fiestas locales de San Pedro.
Se encuentran ejemplares de su obra en el Museo de Bellas Artes de Asturias (5 cuadros), Ayuntamiento de Oviedo, antigua Caja de Ahorros, Hidroeléctrica del Cantábrico, palacio de la Junta General del Principado de Asturias, Biblioteca Ramón Pérez de Ayala y en el Auditorio de Oviedo. Además, el Ayuntamiento ovetense reconoció su excelsa labor dando su nombre a una calle.
César Pola pertenece a una generación de pintores de reconocido prestigio, de la talla de sus amigos: Francisco Casariego, Mariano Moré, Joaquín Vaquero o Paulino Vicente.
Ahora voy a proyectar, aunque sea con cierta celeridad dado el imperativo horario, una serie de obras representativas de nuestro ilustre personaje ―es sólo una selección abreviada―, con la esperanza de que “sientan algo” según la recomendación que hacía Bacon.
Las he sintetizado en cuatro apartados: paisajes, árboles y hojas, ríos y marinas, y retrato.
PAISAJES
Pola fue esencialmente pintor de paisajes realizados al natural, casi siempre del oriente asturiano. Constituyen verdaderos testimonios formales y ambientales desde el punto de vista cromático y lumínico. Su soltura y facilidad para el dibujo le permitían acceder, con éxito, a cualquier género pictórico.
“Mi pintura ―decía― parte de un amor profundo a la naturaleza. El estado de ánimo, naturalmente, condiciona. Puedo enamorarme del paisaje y vivirlo intensamente. También vivo, anímicamente, con el árbol retorcido”.
En su opinión, “sus cuadros jamás retratan con fidelidad un determinado paisaje; para eso está la fotografía. Yo procuro dotar a cada uno de la intención o riqueza cromática que me sugieren, quiero transformar de acuerdo con mi particular sensibilidad lo que veo y ofrecer al espectador mi visión personal de determinado rincón. Quiero que se aprecie en el cuadro la emoción que me causa. Yo, realmente, converso con el remanso de un río, con los árboles…, procuro mantener con ellos un diálogo”.
Debido a su predilección por el medio ambiente, se le incluye dentro de la conocida “Escuela Paisajística Ovetense”, junto a Pedro Álvarez de Miranda, Ruperto Caravia y Ángel Enrique, entre otros varios.
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VARAS DE HIERBA (1955)
Pola, aunque de formación rigurosamente autodidacta fue, en cierto sentido, un seguidor del arquitecto y pintor paisajista Francisco Casariego, al que le unía gran amistad y en cuya compañía salía con frecuencia a pintar, pero sin que llegase a influir en su estilo de forma decisiva.
ÁRBOLES y HOJAS
Especialmente en la década de los 70, los modelos del pintor ―a los que dedica toda su atención― fueron los envejecidos y caducos árboles, expresados como troncos descortezados y huecos, ramas secas y hojas resecas y carcomidas.
Según él, el árbol viejo es un ejemplo de la máxima fidelidad. Decía a este propósito: “Los árboles constituyen para mí una obsesión. Troncos carcomidos por el tiempo a los que procuro dotar de humanidad en su vejez. Es un tema que persigo con ahínco. Mi identificación con el árbol muerto es tal que, en ocasiones, lo toco y acaricio, como si fueran seres que pueden sentir”.
Pola define la serie “Árboles y Hojas” como un homenaje personal a “la belleza que hay en lo roto, en lo triste, en lo viejo y en lo despreciado”, añadiendo que “todos estos árboles, todas estas hojas caídas, son como nostalgias de mi niñez, porque he vuelto a los sitios donde solía jugar para pintar aquellos árboles y me he encontrado con que están carcomidos, que no han podido resistir el paso del tiempo”.
Se ha dicho que en su autorretrato “aparece como un jirón de niebla surgiendo de un tronco viejo al que amortaja”.
Como anécdota señalar que expresó el deseo de que los cuadros de la colección fuesen a parar a sus hijos con la condición de que “no deberán ser nunca motivo de comercio monetario”.
En la serie “Árboles en el Aramo” (1987) personifica en dos árboles, a modo del músico Antonio Vivaldi, las cuatro estaciones del año.
RÍOS y MARINAS
César Pola era obsesivo con el color y la luz. Sus colores preferidos fueron la gama de grises y azules. Respecto a la luminosidad procuraba plasmar en sus cuadros, aún en los lúgubres, zonas luminosas que para él suponían un canto a la esperanza.
Plasmaba el paisaje natural en sus obras, que resultaban ser por ello ―según Jesús Villa Pastur― “verdaderos testimonios formales y ambientales, en su cromatismo y en su luminosidad característica, de un determinado momento temporal de un trozo geográfico asturiano”.
RETRATO
El retrato era un género que no le resultaba muy agradable, aunque los expertos coinciden en que eran limpios de color, exactos de figuración y correctos en sus integrantes plásticos. Opinaba Pola que el retrato conllevaba servidumbres “prendidas a la vanidad de los modelos”. Sin embargo, no pudo eludir este género en varias ocasiones, pues obligado por los aprietos pecuniarios, debió de realizar bastantes, principalmente con modelos infantiles.
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MARIOLA VIGIL-ESCALERA (1946)
Pensaba que la faceta de retratista le hacía perder libertad. “Pinto muchos retratos. A veces sí me gusta hacerlos porque hay algunos retratos preciosos. Algunas veces hago concesiones al cliente, y desde luego que pierdo parte de mi libertad”.
No obstante, su capacidad de excelente retratista debe buscarse en algunas de esas imágenes de contenido familiar, que Villa Pastur considera “justas y expresivas de diseño, armoniosas de cromatismo y acertadas en su caracterización anímica”.
Sobresale, sobremanera, el retrato de su mujer, Mari Paz Fuente, según sentir del periodista Adeflor “por la elegancia de factura y el sentido del color en el atuendo y en las facciones”.
César Pola, poeta
Su formación cultural fue amplia y sobrepasó con creces el ámbito pictórico, llegando a abarcar incluso el mundo de la escultura y de la poesía, en este campo siguiendo la estela de sus amistades: Carlos Bousoño, José García Nieto o Vicente Gaos González-Pola.
Lo demostró con la dulzura y nostalgia que dedicó a los árboles en la composición poética “A mis árboles”:
Árboles míos…
amigos confidentes
en los juegos de mi infancia
perdida y solitaria…
Árboles muertos…
Desgajados, carcomidos
como pedazos
de mi alma.
Compañeros
del camino.
En vuestro dolor
descargo mi dolor.
En vuestra soledad
encuentro compañía.
Árboles muertos
¡Hermanos míos!
También un día,
agonizante
y herido por los hombres,
junto a vosotros
a morir
acudiré…
O el poema “A una hoja seca” que figuró en el catálogo de la exposición “Árboles y Hojas”. Reza así:
Así te recogí
ya carcomida,
hoja humillada.
Hoja podrida
y destrozada…Así te recogí
en un sucio charco
del camino…
Así te atraje a mi…¡No! ¡No estás sin vida, no!
porque aún fuiste capaz,
en tus despojos,
de percibir un poco
del calor
que te dieron mis labios
temblorosos…Así te recogí…
pisoteada…
Así te atraje a mí,
milagro del amor,
resucitada…
Corolario
Para finalizar, en el homenaje aludido al comienzo, que su nieta Covadonga dedicó a su abuelo, se puede leer el legado hereditario que dejó César Pola, cuya lectura me enterneció:
“Cada vez que uno de nosotros en esta familia pinta un cuadro, interpreta una melodía, escribe un relato o expresa algo que lleva en lo más profundo por medio del arte, de alguna manera él está volviendo a pintar a través de nosotros. Puede que esa sea la pintura escondida más importante. La que él pintó en nuestros genes”.