¿Cómo mitigó Oviedo la sed?
El subsuelo ovetense no dispone del agua suficiente para satisfacer las necesidades de una población en progresivo aumento, ello conllevó durante bastante tiempo una palmaria escasez de este recurso vital. Sinteticemos las cuatro etapas de los principales abastecimientos con las siguientes traídas: Granda de Anillo (siglo IX), Naranco (siglo XVI), Aramo (comienzos del siglo XX) y Nalón (hacia finales del siglo XX).
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Cuando el rey Alfonso II el Casto trasladó la corte a Oviedo se preocupó del problema hídrico, hecho recogido en su testamento (año 812), donde se menciona un acquae ductum. El citado acueducto real conducía las aguas que manan en el manantial de La Granda de Anillo ―en San Esteban de las Cruces, cerca del cementerio de San Salvador― hasta el primitivo núcleo urbano a través de arcaduces de alfarería. Se atribuye a su sucesor Alfonso III el Magno la construcción de la fuente de Foncalada ―aunque a tenor de las últimas investigaciones no se descarta un origen tardorromano―, monumento afamado por haber dado la vuelta al mundo en los libros de arte como modelo de arquitectura de utilidad pública.
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Existe un vacío historiográfico entre la época descrita y el siglo XV, pero cabe sospechar que no hubo actuación alguna de relieve sobre el rudimentario sistema de suministro, que muy probablemente se basaba en algunos manantiales, cuyos caudales apenas serían suficientes para saciar las necesidades vitales e higiénicas de alrededor de sus mil moradores. En los Libros de Acuerdos del Ayuntamiento figuran numerosas sesiones dedicadas a manantiales, fuentes, lavaderos, albercas y encañados, lo que refleja el interés de los munícipes por esta acuciante problemática, aludiendo expresamente a los del Fontán, La Plaza, Cimadevilla, Granda de Anillo, Capitana, Fontica, Las Dueñas y Pando. El siglo XVI puede considerarse como de oro para el agua de Oviedo. En sesiones municipales, celebradas en 1537, se dictó una ordenanza para conducir hasta el centro de la ciudad agua procedente de manantiales ubicados en la vertiente meridional del Monte Naranco (Ules, Boo, Naranco y Fitoria). Las obras se desarrollaron entre 1568 y 1600, siendo el fontanero del reino Gonzalo de la Bárzana quien las finalizó.
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Para esta dispendiosa conducción fue necesario levantar un significativo acueducto (“Los Pilares”) de 390 m de longitud con 41 pilastras y sus correspondientes arcos de mampostería y sillería, costeado a base de sisas y arbitrios sobre la sidra y el vino. En la memoria de los carbayones queda el ingrato recuerdo de una decisión municipal en la que se ordenó el derribo de la bella estructura arqueada. Este acontecimiento fue condenado enérgicamente por la ciudadanía que logró retardar el derribo un decenio, momento en que se popularizó la expresión “bárbara piqueta municipal”. Su demolición comenzó en enero de 1915 y de tal tropelía solo se conservan cinco arcos testimoniales.
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La progresiva expansión demográfica al comienzo del siglo XX (unos 48.000 vecinos) motivó que se tuviesen que buscar recursos fuera del ámbito concejil. A partir de 1903 el agua de consumo es foránea, utilizándose manantiales de la falda de la sierra del Aramo, a través de una importante obra de ingeniería de unos 90 km, compuesta por una red que recoge las aguas de las fuentes de Llamo, Code, las Arrojinas, Fuentes Calientes y Cortes. Con la entrada en funcionamiento del nuevo túnel del Aramo, el 21 de julio de 1993, se acrecentaron las garantías contra las roturas en la conducción y se aseguró un surtido eficaz. A partir de entonces se produjo un cambio significativo, ya que la población no tuvo que soportar las frecuentes restricciones a las que estuvo sometida.
Desde el año 1982 Oviedo se proveyó también de agua del río Nalón (presa de Tanes), a través de Cadasa (Consorcio para el Abastecimiento de Agua de Asturias); sin embargo, esta solución tiende a ser cada vez me nos prioritario debido a su elevado coste.
Actualmente las posibilidades hídricas ovetenses son suficientes para abastecer a sus 217.500 habitantes y se almacenan en los depósitos del Picayón, El Cristo, Villaperi y Naranco. A estos cabe añadir los nuevos del Cristo de las Cadenas (con una capacidad de 75.000 metros cúbicos)
Una solapa de Manuel Gutiérrez Claverol, directivo de la Sociedad Protectora de La Balesquida.
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