En ocasiones, tenemos joyas al alcance de la vista y no nos enteramos.
No es ningún acertijo cuando les digo que, en Oviedo, en el entronque de las calles Puerta Nueva Alta y Matadero podemos observar una de ellas. Bueno, todo cambia si explico que en el punto de encuentro de Arzobispo Guisasola y Marqués de Gastañaga se eleva un monumento vegetal con antecedentes en el Pleistoceno, lo cual quiere decir que los primeros ejemplares existían hace más de 250 millones de años. ¡Casi nada! ¡Y pasamos a su lado sin hacerle una solemne reverencia! En esta época invernal, desnudo y transparente, muestra todo su esplendor. Se trata de un ejemplar sagrado que, al igual que el tejo, se plantaba en las cercanías de los templos. Fue también conocido, debido a su lento crecimiento, como el árbol del abuelo y el nieto; sus frutos, comestibles y con virtudes medicinales, los degustan las generaciones siguientes y puede llegar a vivir centenares de años. Sus hojas, recuerdan un diminuto abanico de un verde admirable; al final del ciclo se tornan inolvidables por su dorada coloración.
Ginkgo biloba honra “Oviedo en la solapa” con su presencia cercana. Acerquémonos a saludarlo, él lo agradecerá.
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